Sinapsis de un Tapicero

Ha nacido un profesional.

Hola.

Todos hemos querido ser algo desde pequeño: bombero, repartidor de telepizza, limpiador de alcantarillas o futbolista, bueno, pues yo tenía claro que sería carpintero. Ya desde embrión no encontraba el momento de tener mis primeras tenazas o mi primer serrucho.

A medida que fui creciendo, quise ser otras muchas cosas como por ejemplo jefe, rico o guapo, pero la vida me tenía preparada una gran sorpresa, yo pertenecería al gremio de la Madera… no sé si era cuestión del destino o un castigo por cansino, pero elegido estaba el camino.

Una vez acabados los estudios primarios con honores (que fue todo un honor aprobar), quise reclutarme en la escuela de artes para dar rienda suelta a mi capacidad creativa. Pero llegué tarde y me quedé sin sitio, por lo que tuve que buscar una alternativa para hacer tiempo; delineación fue lo más parecido que pude encontrar y cambié la plumilla de mis cómics por los grafos, la bigotera y las acotaciones. Lejos de llenarme profesionalmente, aquí descubrí mi Mr. Hide… y me eché a perder. La libertad de movimientos que proporcionaba el instituto, significó una inmensa puerta abierta al mundo de las sensaciones que había reprimido en mi educación vaticana dentro de un colegio de esos en los que la iglesia católica, presidía los acontecimientos.

Pasados dos años de mi juventud conociendo gente y jugando al baloncesto casi a todas horas, llegó el momento de hacer algo con mi vida. Tenía nociones de lo que era disponer de algo de pasta gracias a trabajitos eventuales y a mis dieciséis años decidí, animado por mis padres, buscarme la judía.

Afortunadamente un joven de treinta y tres años conocido de la familia, decidió establecerse como autónomo y requería la contratación de un aprendiz por lo que acepté la invitación. Me “vendió la moto” ofreciéndome un oficio que me serviría de por vida si conseguía profesionalizarme con sangre, sudor y lágrimas… y así fue. Al ser el único a sus servicios y empezando el negocio, dispuso de mucho tiempo para perderlo en enseñarme todo lo referente al oficio de tapicero, cosa que le agradeceré de por vida. A mis diecisiete años conocía casi a la perfección las triquiñuelas propias de los oficiales más cualificados, pero cobrando una ínfima parte de su sueldo y casi sin estrenar, por lo que uno, a esos años, está fuerte como un toro… o dos.

Continuará…


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