Hola.
Una vez que te acostumbras a los incómodos grapazos en las extremidades, a los pinchazos de la aguja, los martillazos en las uñas, los dedos revirados, los dolores ocasionados por el movimiento vertebral en el lumbosacro o las tendinitis varias, sólo queda castigarse los tarsos y los metatarsos escribiendo al ritmo vertiginoso de cuatro pulsaciones por minuto, pero se puede estar peor, mucho peor:
Cuentan las viejas glorias que un Tapicero de Montañana, acogiendo la pistola en su regazo (y al revés), “asiola” desafortunadamente y “soltose” una grapa en lo que cualquier varón nacido como tal, tiene en tan alta estima. Anduvo “patihueco” durante semanas dado el tremendo hinchazón de las pelotas. A día de hoy es soprano de la parroquia y trabaja de costurera. Las malas lenguas aseguran que pasadas las doce de la noche torna su vocación ocupacional y desfila atavíos de calceta, que él mismo confecciona, en el hogar del jubilauta.

Tengo que decir que después de veintitantos años de oficio, se estresan los tendones y se arquea la columna vertical y que como en cualquier trabajo mal remunerado, sufres de la hinchazón antes mencionada, pero cada silla o sillón, cada pieza que haces con tus propias manos, es una personalizada obra de arte que servirá de cuna de pedos y siestas... pero esa es otra guerra.
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