De-formación profesional.

Hola.

Allá por Febrero del ‘87, cuando comenzaban mis andanzas en el noble Arte del Tapizado y ajeno al amor que le procesaría más adelante, me imaginaba que eso de la deformación profesional era cuando te hacías mayor y se te torcían los metatarsos amén de desviársete la colusna vertical. Todo esto lo he catado antes de hacerme mayor o es que me he hecho mayor antes de hora, el caso es que se me abrieron los ojos (creo recordar) cuando volví de La France en Mayo del ‘95… SÍ, YO VI GANAR LA RECOPA AL ZARAGOZA !!:

                                     

 

Jodo!, como ha cambiado el cuento… volvimos roncos y desalmados de tanto grito y tanto salto, cánticos regionales en la Galia que les recordarán que ese año, París fue Maño.

A lo que estamos, fue una estancia placentera de cuatro días en los que hicimos visitas culturales y gastronómicas, allí descubrí que me gusta el Champán del caro y que todo lo que había estudiado de francés no servía más que para comunicarme por señas y muecas, también deduje que no volvería al país vecino en autobús aunque fuera mío y que es muy pronto quedarse sin bares a las ocho de la tarde cuando estás de fiesta.

Una visita programada y obligada fue la de pasar a conocer al Disney y a su ratón que anda erguido, entre otros tantos, ahí es donde recordé que si me mareo en el patinete de la playa, no tengo que hacerme el chulico montándome en las máquinas infernales que te dan la vuelta al estómago por activa y por pasiva.

 
Otra visita, ésta de rollo cultureta, fue al Palacio de Versalles, que me sonaba de los libros de estudiar y que yo sólo leía parsimonioso mientras rellenaba los espacios en blanco con dibujos de cualquier persona, animal o cosa. Todo era bonito de ver e interesantes las historias que te contaban pero, para no variar y como siempre, no logré enterarme de mucho. Mi mente volátil se dirigía a los telares de los cortinajes y sus galerías,  a las pasamanerías y a las borlas, a las tapicerías y tapices, a las maderas talladas y las tachuelas latonadas y me imaginaba a mi mismo confeccionando y tapizando para la realeza. Todo el mundo recreaba la vista con los frescos, esos chavales franceses ligeros de ropa que hablan amorosos… no, sino las pinturas que adornan los techos y cúpulas, esas lámparas  que si te cae una encima, te pegas una semana escupiendo cristales del ruso ese o las pomposas esculturas forradas de papel dorado, esos doseles y capiteles… todos lo admiraban, menos yo, que andaba sentándome furtivamente en cualquier butaca o pouff y echando la mano para escudriñar juntas y terminaciones ávido de las hechuras centenarias, toda una epopeya si piensas en un gendarme siguiendo tus pasos con mirada avispada.

A partir de aquello, cada vez que entro a la sala de espera del dentista o me siento en el sillón de la sala de extracciones, o aquella vez que visité un notario, o cualquier despacho o cocina,  inevitablemente la mirada indagadora que llevo dentro se desata y tapizo en un abrir y cerrar de ojos cualquier objeto susceptible de ser forrado. Si voy a tu casa y me entras al salón, antes de echar el culo al sofá, ya lo he tapizado mentalmente, soy así de simple.

Supongo que hay una pequeña línea que separa la pasión por tu trabajo de la deformación profesional, si tienes en cuenta que después de mi jornada laboral mis ratos libres los empleo para escribir sobre el tema, esa línea la he cruzado cientos de veces… y lo que te rondaré, morena.

Un saludo.