No hace mucho que tocó revisión de extintores en la empresa donde laboro, a raíz de lo cual me vino a la mente las pocas o inexistentes prevenciones contra incendios que se estilaban cuando empecé en el gremio allá por el año ‘86.
Cuando uno abre un negocio de tapicería a la antigua usanza, esto es: pidiendo ayudas y subsidios, ahorros y préstamos y prescindiendo de franquicias de cualquier índole, todos los recursos se hacen escuetos para el alquiler de nave y la adquisición de herramientas o materiales, ni que decir tiene que las “máquinas pesadas” brillan por su ausencia, como pueden ser las grandes mezcladoras de plumas, las “chifladoras” (chiflar, técnica ésta que explicaré con todo lujo de detalles y que no todos los profesionales que tapizan hoy en día, saben aplicar), las troqueladoras de gomaespuma o los grandes calefactores. También se estilaban los almuerzos con cerveza entre semana y vino con gaseosa, acompañando los huevos fritos con tajada, los sábados por la mañana a cuenta del empresario. Lo que no estaba de moda era una ducha en los vestuarios, ni las gafas protectoras, ni los envases debidamente etiquetados para los materiales peligrosos, por poner un ejemplo… todo esto debido, generalmente, a que por el número de personal existente, los sindicatos tenían “vetada” la entrada al taller y la formación/información de los aprendices era desconocida por éstos.
En cuanto a los fríos invernales, se mitigaban alimentando las estufas de madera que campaban impunes en medio del taller y que acogían en su regazo los almuerzos… sí, sí, con un par. Por si no se corrían pocos peligros por cortocircuitos o derrames inflamables, se añadían los derivados del incendio por chusta incandescente. Y es que tampoco estaba mal visto el uso del tabaquismo como compañero inseparable y era lo más normal ver un cenicero entre la peligrosa retalina o que las explicaciones del oficial olieran a Ducados.
Afortunadamente, la inmensa mayoría hemos sobrevivido a semejantes despropósitos, e igualmente proporcional, también podríamos contar alguna vivencia en la que se nos pretara el tercer ojo al ver que alguna llamarada nos prendía en el morro. Personalmente tengo un par de recuerdos al respecto que enumero por fecha de ejecución:
- El primer susto data de cuando el jefe salía los viernes a buscar nuevos clientes y el más veterano de los chavales se hacía cargo de la situación. Andaba yo en mis quehaceres de oficial de segunda, mientras el resto de compañeros desempeñaban sus faenas con igual empeño: el cortador cortaba, la costurera cosía y el último en formar parte de la plantilla, y a medida que se hacía la hora de salir, barría el taller y vaciaba la estufa de cenizas que se dejaban enfriar antes de la manipulación… casi siempre. Todos los deshechos se metían en un saco para luego sacarlo a los contenedores, pues bien, este saco esperaba en el taller mientras nos acicalábamos antes de salir por patas a por el weekend. Es en esta espera donde, precisamente yo, me percaté de que un humillo más allá del mundanal polvo, salía de entre la basura. Actuamos rápidos y chopamos (a base de cubos de agua) el saco entero antes de que se vieran las llamas del escagarruciamiento* total. Pasado el susto final y aún sudando, celebramos nuestra rauda maniobra fumándonos un cigarro para tranquilizarnos… como lo oyes.
- En segundo y último lugar (espero que sea eso, el último de mi carrera) otro aviso del riesgo que corremos en los talleres, hacía sentencia. Esta vez sí, y de nuevo frente a mis ojos, las llamas del escagarruciamiento nos encogían el anillo de cuero*, pero ahora ya me pillaba más preparado gracias a los cursos de prevención de riesgos laborales y planes de emergencia, entre otros, que atesoro gracias al sindicato que “represento” en mi empresa. Por un descuido del obrero en cuestión, no se cortó la corriente eléctrica de la sierra manual para el corte de goma mientras la limpiaba con disolvente, un accionamiento accidental hizo saltar la chispa que prendió los restos aéreos del material. En milésimas de minuto botaba hacia el compañero al que se le incendiaron las manos del fogonazo, recorriendo varios metros del salto (siete…o dos, más o menos ;) y sin acertar a decir como, logramos apaciguar las llamas que prendían al lado de las planchas de goma, el bidón abierto de disolvente, rollos de tela, planchas de cartón y piezas de madera que conjuntaban el paisaje idóneo para hacernos correr como lebreles hacia la luz más cercana. Esta vez no hubo cigarrito de después porque ya no se puede fumar en el recinto y ambos lo dejamos hace unos cuantos años… pero un cafelito hizo de tranquilizante. Mi compañero tuvo que tratarse de quemaduras leves durante un tiempo y santas ascuas, digoo… pascuas.
Para lo que pudo haber sido y no fue en ambos casos, dejo constar el peligro con el que convivimos e ignoramos por falta de preparación a empleados y empresarios que no son del todo conscientes del tema, en otros países la prevención de incendios es una asignatura más importante, aún si cabe, que el propio aprendizaje del oficio.
De la que nos libramos!!
Y ya para acabar, que seguramente os lloren los ojos (y no del humo), os dejo documentación imprescindible tanto para dentro como fuera del puesto de trabajo, la utilización adecuada de los distintos tipos de extintores que pueden llegar a salvarnos la vida. Gracias a uno de los que os presento a continuación no se borró del mapa el pueblo donde gozo la vida… pero esa es otra historia.
Bueno, aún pudiendo alargar el tema durante algún párrafo más creo que ya vale por hoy, gracias por vuestra paciencia (si estás leyendo esto) y espero que hasta pronto.
Un saludo.
*escagarruciamiento: En este caso, dícese del miedo que te cagas, en otros casos es que te cagas garras abajo, sin más.
*el anillo de cuero: Dícese coloquialmente del tercer ojo.
Hola Tapestry, es curioso como "antes", en esa época de extintores caducados y perdidos por el taller, sin señalizar ni retimbrar, en esa epoca que tan bian has descrito, cigarrito en ristre, ceniceros desbordados..., los incendios eran escasos. Hoy en dia la cosa no es así, sin embargo he comprobado horrorizado, que pese a las medidas de prevención, gran parte de los empleados, no usan las gafas de proteccion ni el calzado adecuado ni los cascos de protección acustica.Eso lo viví en la ebanisteria de mi amigo Jaime, que se desesperaba viendo el material perdido por la nave sin que nadie le hiciese caso. Hoy en dia tengo tres extintores en el taller, uno de carrito, uno de mano y otro para fuegos electricos, amen de alarma y sensor de temperatura sobre el cuadro electrico principal.
ResponderEliminarTapestry ¿y cuando habia que calentar aquella cola negra...?, joer, que tiempos.
Un abrazo chaval.
Hola Pedro.
ResponderEliminarLa verdad es que no sé como no nos hemos quemado después de haber estado "jugando con fuego" durante tantos años, será cosa del destino.
En relación a las medidas de protección, mejor ni hablar. Somos nosotros, los empleados, los principales culpables (en la mayoría de los casos)de los pequeños accidentes en los que se hayan echado en falta las medidas oportunas. Cuando la empresa no las proporciona, no las pedimos y si te las facilita, las ignoramos... es verdad, somos lo peor.
Afortunadamente, hoy en día la cosa está un pelín más legislada y para abrir un negocio, los requisitos anti incendios se han incrementado un poco bastante.
Y mentando la cola negra, sabía de su existencia pero no llegué a usarla, yo empecé gastando "cemen"... ¿no será que me llevas un par de años o tres? :P
Un saludo.
Bueno Tapestry yo tengo 45 años pero empecé en serio en la carpinteria despues de la mili, hallá por el 86. Lo de la cola negra es que se lo oía contar a mi padre, de hecho junto a la sierra de cinta aún se puede ver el manchón de hollín en la pared.
ResponderEliminarHola Pedro.
ResponderEliminarMe llevas una ventaja de cuatro años, con un poco de suerte ya no te pillo ;)
Un saludo.