Hola.
Esta vez no vengo a tratar de la eficiencia del profesional tapicero, ni voy a impartir clases magistrales de lo que todavía sigo aprendiendo, tampoco escribiré sobre lo que cuesta ganarse la confianza del que te tiene en nómina, esta vez hablaré de todo lo contrario: de la no eficiencia, de lo que no contarías ni en tu blog (ups!) y de una lección vital de esas que te ponen los pies en el suelo recordándote la índole humana de la que nos olvidamos en algún momento.
Bueno, en realidad no es para tanto, así que resumiré en dos palabras, o más:
- La primera vez que metí la pata.
Para narrar esta historia estoy en la obligación de remontarme varios años atrás, concretamente veinticuatro.
Yo era ese mozo ávido de todo, que empezaba como tapicero en una empresa de dos, el jefe y yo, haciendo las labores propias de un aprendiz y que poco a poco iba adquiriendo el grado suficiente para dejar en mis manos las terminaciones de los sofás: ladillos, contras, fondos y las patas que por aquel entonces estaba de moda forrarlas.
Era un sofá restaurado cualquiera para un cliente cualquiera, pero aún recuerdo el portal donde sudé lo mío, y lo de alguien más, para subirlo por las escaleras, puedo presumir que a día de hoy la memoria es lo único intacto que me queda… (salto al encuentro de la mesita de pino a tocar madera y vuelvo). Como en todos los trabajos en los que me he visto involucrado y tal y como me adoctrinaban, el empeño por dejar inmaculado mi trabajo era mayúsculo. Pues bien, ya fuera por urgencia de pedido o por urgencia de cobro, dicha pieza la terminamos a medias entre el jefe/oficial y el que suscribe, encargándose de poner el fondo el que no era yo de los dos, mientras preparaba el vehículo para el transporte, un Talbot Horizón “colorao” que tragó lo indecible, el pobre. Cargamos el sofá en la baca y lo amarramos a base de pulpos y cuerdas, los almohadones y las mantas para arrastrar el bicho por el piso del piso, iban en el habitáculo del vehículo de tracción, ya que quedaban libres dos de las cinco plazas porque la bandeja de asiento trasera, debía ir tumbada para hacerles sitio junto a los bastidores de media docena de sillas.
Una vez descargado todo en el umbral del portal, el poseedor del carnet de conducir y que ostentaba el título de jefe, se encargaba de aparcar mientras me fumaba el cigarrito de antes, que sería el antecesor del cigarrito de después. Ahora viene cuando cargas los almohadones y los bastidores en el ascensor y subes para despejar pasillos y puertas, abriendo paso al mastodóntico sofá de tres plazas que, desgraciadamente, no cogía en la caja que asciende y desciende mediante poleas y contrapesos… esto último es por no repetirme o llamarlo “descensor”. A lo que vamos, una vez hecha la toma de contacto con la clienta y cerciorándonos de su satisfacción para con las sillas y tacto/densidad de los almohadones, procedimos a insertar el sofá en la casa. Éste nos aguardaba en el rellano del noveno piso después de hacernos desfallecer varias veces en el transcurso del tortuoso trayecto entre escalones y barandas, creo recordar que el elemento nos esbozaba una jocosa mueca alardeando del palizón al que nos sometió… el muy cab…azo.
Una vez apostado de costado sobre las mantas, erguido todo lo largo que era, lo inclinamos y girándolo de treinta a cuarenta y cinco grados Farengelcius, más o menos, iniciamos la maniobra de insertado. Tras unos sube y baja, tuerce pa’quís y los cuida con los cuadros, llegamos a la sala de estar donde reposaría el susodicho “mata personas”. A partir de este día cobró nuevo significado para mí la gota fría.
Los brazos entumecidos, la frente sudorosa y la lengua gorda, hacían presagiar la deshidratación inmediata y esperando un trago de agua por parte de la dueña de los grifos mas cercanos, nos tuvimos que oír:
- “… lo que se ve, muy bonito… pero lo demás, una chapuza!”- dijo la Sra.
Tal vez las palabras no sean las exactas, pero seguro que le falta bien poco, el comentario puntilloso y falto de cualquier tipo de tacto, también llamado “pedrada”, nos dejó parados a ambos dos… y porque no había un tercero que si no, a repartir pedrada. El caso es que con los ojos fuera de las cuencas por el asombro estuporoso, nos dimos cuenta de que los cortes practicados en el fondo no se ajustaban perfectamente al contorno de la pata, sus amorosas y desproporcionadas palabras, amén de alejarse de la verdad absoluta, obtuvieron una pronta respuesta por parte del que más mandaba de los dos y que no era yo:
- “… ya perdonará las ofensas recibidas, querida Señora. Cierto es que al verlo, mi ojo llora y mil perdones imploro no vaya a ser, que me joda el cobro, que no estamos aquí por amor al arte aunque nos echen de comer aparte. El desafortunado incidente, de las manos del aprendiz poco eficiente, y errabundo, vino al mundo, y comprendo su enfado rotundo y el reproche que, apesadumbrado, secundo.
Tal vez las palabras no sean las exactas, pero sí la transcripción. La culpa para el chaval que, si bien recordáis, nada tuvo que ver con el infortunio. Para mí supuso una lección subliminal de esas que hacen mella en la memoria a largo plazo, como dogma vital. Desde entonces, cada pieza ha sido para mí objeto de exposición, de orgullo ante parientes y/o amigos y de durabilidad perenne, en lo que a mí concierne… o eso creía hasta el mes pasado.
Con lo que presumía yo de no haber sufrido ninguna devolución en tantos años de carrera, ningún fallo de fabricación, cientos de clientes contentos con su artesano, hasta que un fatídico día del mes en el que hacía quince años de servicio en la empresa, recibo llamada a la oficina. Las fotos de una silla que sólo yo fabricaba, venían como adjunto de un electrónico apreciándose arrugas en el asiento, entonces me vino a la mente un “mecachis” que debí pensar en voz alta. El personal administrativo y la comandancia, creo recordar, esbozaron la misma mueca que tiempo atrás me dedicó aquel sofá que vivía en un noveno, pero esta vez en tono simpático, era la primera vez que me sucedía algo parecido y querían ser partícipes de lo que seguramente dará pie a mofas dispares, de hecho ya me llevado alguna, por listo ;)
Todos hemos tenido un mal día, uno de esos en los que no deberías haberte levantado del camastro, de cuesta arriba interminable… pues ni tan siquiera eso, fue un día normal y corriente, es más, andaba de lo más entretenido haciendo un modelo por vez primera y variando método para encontrar la forma de ganar tiempo y ahorrar sudores en la fabricación. En ese ambiente distendido de mente, me dejé de grapar los costados de un asiento por no tener grabado en la sesera, todavía, el desarrollo de la terminación. Así pues, salió hacia el embalaje donde, a simple vista, era imposible dilucidar la cagada en cuestión. Hizo falta que la silla saliese a conocer mundo y catar las sentadas del dueño para que se destensara la tela, haciendo palpable algún desaguisado por determinar y que raudo adiviné observando las fotos mandadas por el cliente.
¿Dónde quiero ir a parar con todo esto?, sencillamente, que todos cometemos errores el día menos pensado y que si eres “agraciado” con uno de estos despropósitos, que no lo tengas más en cuenta de lo que requiere, que somos humanos y fabricamos, y cualquier cosa es susceptible de no salir como debiera. Si eres político algún día hablarás más de la cuenta (…) o si eres carnicero algún día astillarás hueso cortando costillas, o si eres cirujano… en este caso espero que no te toque, porque no es lo mismo tener que dar explicaciones a un mueble (por bien tapizado que esté), que a una persona de las que sienten y padecen, como no son lo mismo tres pelotas negras que tres negras en pelotas.
Gracias por vuestra paciencia y hasta pronto.
Un saludo.
Bueno hombre, es un fallo que seguro te sabran perdonar, sobretodo si asumes las responsabilidades, no lo tomes como una mancha en una trayectoria profesional impecable, sinó como lo que es, un despiste de fácil solución. Yo a veces me cabreo cuando tengo que deshacer algo por que he cometido un error, pero soy incapaz de no ponerle solución y convivir con algo mal hecho a sabiendas. Un beso, Mamen.
ResponderEliminarHola Mamen.
ResponderEliminarLa verdad es que al principio me quedé un poco esqueleto, pero la directiva desde un principio le quitó hierro al asunto por eso de la trayectoria que comentas, pero lejos de sentarme mal o mancharme el historial, me ha servido como lección a tener en cuenta a diario.
Y coincido contigo, si soy consciente de algún error, por pequeño que sea, es imposible dejarlo pasar, de hecho no dejo pasar ni la más pequeña de las castañas (si me saliese alguna ;)
Muchas gracias por pasarte y dejar tan animosas palabras.
Un abrazo.
P.D.:Que sepas que estoy esperando algún vivo doble que poner, como te comenté, es algo que últimamente no gastamos... aún así, está en marcha ;)